Walter llegó ese día pasadas las tres de la tarde y se sentó. Yo ya había empezado el mate. Uno de madera, contrastante con el equipito de plástico que el profe lleva todos los sábados. Le alcancé un verde y mi compañero sacó de su bolso una fuente de loza con tapa plástica.
-Acá están las que prometí- dijo.
Las más ricas galletas caseras fueron puestas en la mesa. ¡Qué sabor a infancia! ¡Las de almendra son mis favoritas! Quedé anonadada con la sorpresa, tanto que, apenas Cristina y Norma se fueron sumando al encuentro, se las ofrecía con entusiasmo.
-¡Probá, probá!- Les alcanzaba la fuente con una mate según el turno de la ronda.
Luis no tardó en pedirnos que empecemos a desmenuzar los textos en busca de los errores y los aciertos. Eso somos, amigos de letras.La crítica constructiva entre amigos ayuda a crecer.
Terminé de comerme la última galletita cuando ya comenzábamos a levantarnos. La clase terminaba y le habíamos dado duro y parejo. Dos termos de agua. La fuente quedó vacía. Walter prometió pasarme la receta más tarde. Nos saludamos en la puerta y cada cual partió pensando en la tarea.
Desde ese momento no me he sentido muy bien. Quise ponerme a escribir pero los ojos se me nublan de a ratos y tengo estos mareos que me impiden atinarle acertadamente a las letras. Decidí dejar tranquilo el Word y entré a internet esperando despejarme. Por ahí es el cansancio.
El “Messenger” me avisó que la bandeja de correo tenía un par de mensajes. Hice click en el link y me sorprendió ver que eran de mi compañero .
_ Miriam, no te lo quise decir al frente de todos pero, en realidad, yo no hice las galletas. Me encontré con Marisel a unas cuadras del C.P.C. Ella me pidió que le diga al profe que no podía ir. Me las dió y me dijo que eran para nosotros. A mi se me ocurrió en el camino decir que había sido yo el que las hizo. Creo que no las cocinó muy bien porque me siento algo descompuesto. Le pregunté que les puso y me dijo algo como: 1 taza de harina, ½ de azúcar, 1 de leche, 100g. de manteca y esencia de vainilla para darle perfume. Por favor no me mandés al frente con los demás. Un abrazo.
“¿Esencia de vainilla?”, “¿Y el sabor a almendras?” pensé.
Mis ojos quedaron fijos, en blanco, mirando la pantalla.
Marisel, la integrante del grupo obsesionada con la muerte, nos había vuelto los personajes de una de sus macabras historias. Nos había envenenado con cianuro, a todos.
-Acá están las que prometí- dijo.
Las más ricas galletas caseras fueron puestas en la mesa. ¡Qué sabor a infancia! ¡Las de almendra son mis favoritas! Quedé anonadada con la sorpresa, tanto que, apenas Cristina y Norma se fueron sumando al encuentro, se las ofrecía con entusiasmo.
-¡Probá, probá!- Les alcanzaba la fuente con una mate según el turno de la ronda.
Luis no tardó en pedirnos que empecemos a desmenuzar los textos en busca de los errores y los aciertos. Eso somos, amigos de letras.La crítica constructiva entre amigos ayuda a crecer.
Terminé de comerme la última galletita cuando ya comenzábamos a levantarnos. La clase terminaba y le habíamos dado duro y parejo. Dos termos de agua. La fuente quedó vacía. Walter prometió pasarme la receta más tarde. Nos saludamos en la puerta y cada cual partió pensando en la tarea.
Desde ese momento no me he sentido muy bien. Quise ponerme a escribir pero los ojos se me nublan de a ratos y tengo estos mareos que me impiden atinarle acertadamente a las letras. Decidí dejar tranquilo el Word y entré a internet esperando despejarme. Por ahí es el cansancio.
El “Messenger” me avisó que la bandeja de correo tenía un par de mensajes. Hice click en el link y me sorprendió ver que eran de mi compañero .
_ Miriam, no te lo quise decir al frente de todos pero, en realidad, yo no hice las galletas. Me encontré con Marisel a unas cuadras del C.P.C. Ella me pidió que le diga al profe que no podía ir. Me las dió y me dijo que eran para nosotros. A mi se me ocurrió en el camino decir que había sido yo el que las hizo. Creo que no las cocinó muy bien porque me siento algo descompuesto. Le pregunté que les puso y me dijo algo como: 1 taza de harina, ½ de azúcar, 1 de leche, 100g. de manteca y esencia de vainilla para darle perfume. Por favor no me mandés al frente con los demás. Un abrazo.
“¿Esencia de vainilla?”, “¿Y el sabor a almendras?” pensé.
Mis ojos quedaron fijos, en blanco, mirando la pantalla.
Marisel, la integrante del grupo obsesionada con la muerte, nos había vuelto los personajes de una de sus macabras historias. Nos había envenenado con cianuro, a todos.
Miriam Frontalini (C)