lunes, 18 de julio de 2011

EL PÁJARO MARRÓN

Ni ella misma hubiera imaginado que meses atrás, cuando su abuelo necesitó una transfusión de sangre, la suya no serviría. Se sentía culpable por no haber podido ayudar, por el dolor de volver a perder a alguien que amaba, por quedarse sola.
En pleno velorio se encerró en el cuarto que el hombre usaba para trabajar y comenzó a buscar lo que fuere para difuminar su dolor. Así  halló una caja marrón envejecida en el fondo de un armario de cachivaches. Se sentó en el piso con el rímel corrido por las lágrimas y la nariz colorada. Abrió la tapa y comenzó a hurgar.
Encontró fotos de sus padres. (Ya casi no se acordaba de sus rostros, los había perdido cuando niña) También había fotos de ella cuando era un bebe. Nunca las había visto en detalle. Eran de esas fotos que todos tenemos y que a todos nos avergüenzan. Fotos bañándose.
De golpe, un cosquilleo helado recorrió desde su nuca hasta el final de la espalda. En esas fotos su cuerpo desnudo mostraba en su brazo una mancha, una especie de pájaro marrón. Intentó limpiarla para ver si era el paso del tiempo y la humedad que le jugaban una mala pasada. La comparó con las fotos de otros familiares para comprender que lo que veía no la engañaba.
Era la marca familiar, una mancha de nacimiento que se heredaba.
Corrió al baño, se quitó la ropa y se esculcó hasta el último rincón buscando. Fue inútil.

Debajo de las fotos encontró el siguiente recorte de diario:
Accidente en Terencia. 
Ayer, otro accidente de automóviles terminó fatídicamente con la vida de una pareja y una familia completa. A causa de la explosión de los vehículos se demoró en confirmar la identidad de los cuerpos. Susan Minnigan (30), Jhosep Minnigan (36), Steve Minnigan (7) y Marie Minnigan (3); asi como Carl Frietcher (38) y Margaret Frietcher (35). Los padres de Carl Frietcher y su hija Maguie de 3 años de edad fueron los únicos sobrevivientes.

De pronto lo comprendió. Entendió por qué no era compatible. Su vida era una mentira. Cuando entró a la sala golpeando las puertas, con todas las fuerzas de las que era capaz en ese momento, todo el mundo se le quedó mirando.
Gritó desesperada y vio el cajón donde estaba su abuelo y los ojos llenos de lágrimas de su abuela.
El hombre la había criado, le dio todo lo que pudo darle, fue su apoyo, su guía constante. El amor entonces fue más fuerte que la desesperación. Dio vuelta sobre sus pasos, se puso la campera y salió corriendo a todo lo que daban los pies.
Necesitaba tatuarse un pájaro marrón en el brazo.

                                                                                                   

                                                                        ©Miriam Frontalini.

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