lunes, 11 de julio de 2011

ANÓNIMA

Nadie recordará su rostro, la historia no hablará de ella, la bandera no cubrirá su ataúd.
María no cierra los ojos en esa cama, está envuelta entre los harapos que ofician de sábanas y el sudor mezclado con pólvora del realista al que acaba de cederle sus dones. Aprovechando el abismo alcohólico del supuesto semental se viste a las apuradas y sale sigilosamente apañada por la noche. Su vida le va en que no la descubran. Camina como paria por medio del monte, alejada de las huellas para no ser perseguida. Durante días soporta el clima, el hambre, la sed, la agonía.
Entra de la misma forma que se fue del anterior campamento a la carpa de Belgrano. El general obtiene así valiosa información que lo ayudará en sus planes para desobedecer a Rivadavia y  librar en los días siguientes la más criolla de las batallas; la del Tucumán.
María no lo sabe, pero las mujeres como ella, las que tuvieron batallas consigo mismas debajo de las sábanas, las que tragaron su orgullo y sacrificaron su honor, son los mejores soldados que tuvo la patria. Soldados sin fusÍles, sin espadas, soldados del amor.
Nadie recordará su rostro, no habrá de ella pinturas en algún museo, los manuales no la mencionarán. Por eso hoy, parada entre el olvido y el orgullo, embargada del silencio de un imaginario sepulcro, tomo tus dias, esos que se llevó el viento, y escribo en tu lápida de sol, arena y desierto:
"A la mujer argentina, dueña de este soneto,
sean tus luchas estrellas que guíen mis pasos errados
a ganar las indomables batallas,
allí donde los hombres, han fracasado."

                                                                   ©Miriam Frontalini.

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