Como el regateo de un puesto en Marruecos, él saludó con una reverencia y su publicó lo ovacionó de pie para solicitarle otro tema más. Para no romper el eterno juego, se metió entre bambalinas y la gente comprendió que era el momento de aplaudir hasta rabiar.
Salió haciendo gestos de agradecimiento con su cabeza y se dispuso a coronar la noche con “Adiós nonino”. Hacía un tiempo que era la canción del gran final. Le gustaba la ironía de saberse identificado. Sentía que a su edad terminó sacrificado más de lo que había ganado. La música se transformó en su vida y como toda mujer celosa, no le había permitido nada más. Un músico no es de nadie y a la vez de todos. Para entregar los sonidos que le brotan del pecho termina renunciando a su familia, sus amores, su terruño. Nunca quieto, siempre viajando. Una noche, música, aplausos y continuar la gira. Mañana otro destino que se convertirá en nuevo punto de partida.
“Te perdés todo”. Le dijo una vez al ruso. “Los chicos crecen escuchando tus temas pero no tus palabras, hace mil años no veo a Teresa y a mi vieja; a mi vieja no llegué ni a verla morir.”
Tal vez por eso el tango estaba hecho para él y viceversa. Podía expresar de la forma más hermosa el dolor que lo carcomía. No hay reproche ni lamento que no puedas expresar con tango.
Cuando el teatro terminó de apagar las luces, ya iba camino al aeropuerto. Hubiese dado lo que fuera por estar con los que amaba, con los que había postergado, con los que necesitaba.
El corazón le dolía, le supuraba el alma. ¡Pero los machos no lloran carajo! se dijo mientras acomodaba su traje a rayas. Se prometió así mismo que este sería el último viaje que realizaba con ese traje viejo y, ahora que lo pensaba mejor, también con esa maleta gastada. La acarició como quién acaricia un perro callejero. Nunca se había percatado que su vida cabía adentro de una valija.
La abrió. Su poca ropa estaba bien doblada. Por allí un par de fotos, más al medio un reloj heredado y, perdidas en el fondo, las letras que escribía cuando se sentía solo. El pecho volvió a dolerle. Como una premonición cantada, murmuró un “Tal vez un día, yo también mirando atrás, como vos, diga adiós ¡No va más!”. Embarcó su valija y se sentó a esperar que la operadora anunciara que podía subir al avión. Se quedó dormido. Su corazón finalizó el solo de percusión y la maleta, se perdió en el olvido.
Salió haciendo gestos de agradecimiento con su cabeza y se dispuso a coronar la noche con “Adiós nonino”. Hacía un tiempo que era la canción del gran final. Le gustaba la ironía de saberse identificado. Sentía que a su edad terminó sacrificado más de lo que había ganado. La música se transformó en su vida y como toda mujer celosa, no le había permitido nada más. Un músico no es de nadie y a la vez de todos. Para entregar los sonidos que le brotan del pecho termina renunciando a su familia, sus amores, su terruño. Nunca quieto, siempre viajando. Una noche, música, aplausos y continuar la gira. Mañana otro destino que se convertirá en nuevo punto de partida.
“Te perdés todo”. Le dijo una vez al ruso. “Los chicos crecen escuchando tus temas pero no tus palabras, hace mil años no veo a Teresa y a mi vieja; a mi vieja no llegué ni a verla morir.”
Tal vez por eso el tango estaba hecho para él y viceversa. Podía expresar de la forma más hermosa el dolor que lo carcomía. No hay reproche ni lamento que no puedas expresar con tango.
Cuando el teatro terminó de apagar las luces, ya iba camino al aeropuerto. Hubiese dado lo que fuera por estar con los que amaba, con los que había postergado, con los que necesitaba.
El corazón le dolía, le supuraba el alma. ¡Pero los machos no lloran carajo! se dijo mientras acomodaba su traje a rayas. Se prometió así mismo que este sería el último viaje que realizaba con ese traje viejo y, ahora que lo pensaba mejor, también con esa maleta gastada. La acarició como quién acaricia un perro callejero. Nunca se había percatado que su vida cabía adentro de una valija.
La abrió. Su poca ropa estaba bien doblada. Por allí un par de fotos, más al medio un reloj heredado y, perdidas en el fondo, las letras que escribía cuando se sentía solo. El pecho volvió a dolerle. Como una premonición cantada, murmuró un “Tal vez un día, yo también mirando atrás, como vos, diga adiós ¡No va más!”. Embarcó su valija y se sentó a esperar que la operadora anunciara que podía subir al avión. Se quedó dormido. Su corazón finalizó el solo de percusión y la maleta, se perdió en el olvido.
(c) Miriam Frontalini
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