sábado, 27 de julio de 2013

EL CISNE


   
   Mi nombre es Nerea Carena. Vivo en el número 175 entre Dr. Carmallo y San Julián, uno de los lotes que surgió de la división del terreno del estrafalario Alexandre L’erage.
   Es conocido que al millonario la vejez lo había dejado hundido en una locura peligrosa. Muchos éramos los que nos parábamos a observar la diversión de sus últimos días cuando hacía salir a Somosa, la sirvienta, para que arrojara la vajilla mientras él le disparaba al vuelo. Los niños esperaban a que volviera a encerrarse en su casa para entrar a los jardines y recuperar los “tesoros” hechos añicos. Fue justamente de la mano de uno de ellos que rescaté el cuello de un cisne cuya cabeza había quedado intacta, la acaricié delicadamente e intenté imaginarme el resto de su cuerpo. Me reí por fantasear como loca. ¿Sería contagioso?
   Pasaron pocos meses hasta enterarme del fallecimiento del anciano. Ese día volví a observar el cisne y, como una especie de tributo, lo arrojé al aire para verlo estrellarse contra el suelo. Si la locura se contagia, entonces qué bueno fue ese rapto de falta de razón pues, así fue como descubrí un pequeño trozo de partitura. Soy enfermera, no música, pero cualquiera que haya ido a la escuela sabe que es un pentagrama y las figuritas que tiene. Aun así, lo que me llamó la atención fue que a un costado, alguien había escrito “Solo Cisne negro”. La curiosidad fue más fuerte y terminé preguntándole al hombre que toca el violín en la esquina de Chartle y Saint German. Él interpretó para mí los acordes de, lo que ahora sé, es “La cygne” de Camille Saint-Saëns. Algo me obsesionó de esa melodía y comencé a tararearla a menudo.
   Los meses subsiguientes el gobierno expropió las tierras del anciano que al parecer no era tan millonario como se creía, pues debía mucho en impuestos. Se subastaron sus muebles y el gran terreno que ocupaba su propiedad fue loteado. Algo se apoderó de mí y a pesar de que en ese momento era alguien de pocos recursos, me dirigí a la subasta. En la exposición previa de los objetos lo descubrí, la marca estaba en relieve, desgastada pero perceptible. El cisne de L’erage no era un animal sino un piano de cola. Por suerte para mi poco poder adquisitivo se encontraba desgastado y parecía estropeado, por lo que pude tenerlo por monedas. Los asistentes del martillero lo llevaron hasta mi domicilio y allí me quedé durante horas mirándolo. ¿Qué había hecho? Me preguntaba a mí misma. Definitivamente la locura me estaba rondando porque fui directamente a buscar quien me enseñara a tocarlo. Si eso estaba ahí, por algo era.
   Pronto conocí al señor Miller que no solo se ofreció a ver el estado del piano sino también a enseñarme regularmente. Cuando vino a verlo, intentó abrir la caja pero esta estaba completamente sellada.
   -Este piano puede servirnos para practicar- Me dijo –Pero no para que toque realmente. ¿Qué le gustaría aprender primero?
Enseguida le mencioné la obra del cisne y aunque me explicó que era para violín, aseguro que había una adaptación para piano. Se sentó en el banco a demostrarme sus dotes musicales. Al llegar a cierto punto de la pieza se sintió un crujido y el piano dejó de emitir sonidos. Sus teclas parecían estar clavadas y no hubo manera de que pudiera continuar. Le pedí disculpas y quedé con él en que,
apenas solucionara el problema o consiguiera otro piano, volvería a contactarlo. De más está decir que se fue enojadísimo pero eso no me importó.
   Apenas cerré la puerta me volví para revisar ese extraño instrumento. Encontré que, debajo de la caja, había asomado apenas una especie de cajón. Busqué algo con lo que hacer palanca e intenté durante minutos terminar de destrabarlo para ver qué contenía.
   L’erage había sido muy ingenioso con el mecanismo del cisne negro pero para hacer mapas no recibiría honores de ningún pirata. Allí, en ese escondrijo, había un plano de su propiedad y las indicaciones para llegar a un lugar señalado con la palabra “Traición”.
  Si bien el terreno ya estaba loteado, aún no habían sido vendidas ninguna de sus partes. Aprovechando esto fui a recorrerlo con la excusa de comprar una de esas parcelas. La realidad fue que no era la única ese día y el vendedor que habían puesto para realizar las tratativas iba de un lado a otro atendiendo a todos los posibles compradores. Esto me dejó cierta libertad para buscar. Esta historia ya me había dado demasiadas intrigas pero, si algo me sacudió, fue ver que en el lugar de la “traición” había una lápida de mármol sin inscripción alguna. La locura se apoderó de mí nuevamente y adquirí ese lote. ¿Quién iba a creer que esa misma lápida haría más fácil el trámite? Nadie quiere vivir con un muerto. Salvo yo, que al parecer, de alguna manera ya lo había adoptado.
  Hicimos los trámites. Como empleada de hospital público me dieron un crédito, por lo que el terreno fue mío inmediatamente. El gobierno se llevaba su parte y mi deuda era con el banco. Digamos que cuando el gobierno es el que se lleva el dinero los trámites son más fáciles
   Apenas se escrituró el lugar y mis vecinos empezaron a levantar los muros medianeros, pude limpiar el terreno. Por supuesto sé que violar una tumba es un acto terrible pero no podía frenar. A pesar de que no soy una persona corpulenta tengo fuerza en mis brazos (obtenida de años de tratar con pacientes a los que hay que ayudar en todo). Cavé con rapidez hasta toparme con el ataúd, limpié la tapa como pude y la abrí para saber quién estaba allí. A esas alturas suponía que, de algún modo, L’erage había sido autor de algún crimen y no podía dormir en paz, por eso me atormentaba.
   No encontré pruebas de un delito esa noche. Allí no había ningún cuerpo sino un cofre lleno de alhajas y diferentes piedras preciosas. Entre todo, un cisne hecho de diamantes y turmalinas negras. Si ese era el precio de la traición, la traición era demasiado cara.
   Está de más contar lo obvio. Vendí de a poco algunas joyas para construir mi nueva casa y luego pagué las pocas deudas que tenía. No cambié mucho mi estilo de vida y no para que no se dieran cuenta, sino porque tengo todo lo que necesito. El único cambio significativo, por lo menos para mí, es que dejé el hospital después de pagarle al banco y abrí una tienda con el nombre del “Cisne negro”.
   Este invierno, vi una hermosa mujer vestida de luto frente a donde estaba la casa de L’erage (ahora es de los Torrens). Estaba parada allí, paralizada, sin notar el frío que calaba los huesos de los pocos locos que estábamos en la calle. Me acerqué hasta ella, le pregunté si estaba bien y le ofrecí un té. Aceptó algo confundida y apenas entramos a mi casa dio un grito antes de desmayarse.
   Cuando volvió en sí tardó un tiempo considerable en articular palabra. No dejaba de mirar el piano que tengo en la sala. Le conté que lo había comprado en la subasta y ella me ofreció de inmediato pagar por él.
    -Es algo muy preciado para mí- le dije. No tardó en hacerme entender que para ella también lo era.
   -Mi nombre es Geneviéve Strella- dijo -y conocí al dueño hace años. Él era un músico increíble pero de un origen muy humilde. Ese fue el motivo por el que mis padres se opusieron a nuestra unión.
Mi madre le gritó en la cara que yo era como un delicado cisne, un caro diamante en un mundo lleno de negros carbones y que, como mucho, con suerte, Alexandre podría subir de carbón a turmalina, pero nunca sería un diamante. Dijo, “las piedras semipreciosas no pueden engarzarse con las de mayor calidad porque arruinan la pieza del orfebre”. Alexandre salió enfurecido de casa gritándole que no entendía nuestro amor. Que él me amaba de verdad y eso era todo lo importante. Mi padre, viendo que no iba a rendirse, decidió ponerle precio a lo nuestro. Pagó una gran fortuna para que me abandonara y él aceptó, pero no porque su cariño pudiera ser comprado. Era un alma sensible, como todo artista y las palabras de mi madre habían desplegado en él un veneno que no fue capaz de contrarrestar. Pensó que nunca podría hacerme feliz, que nunca sería digno. Envuelto en tristeza desapareció una noche traicionando todo lo que yo le había dado.- suspiró apesadumbrada y sentenció -Nunca más ame otro hombre. Tardé mucho tiempo en perdonarlo y pasé muchas noches releyendo sus palabras. Me costó demasiado entender lo que había pasado. Él sentía que había manchado su alma con cada moneda obtenida y no quería ensuciar la de nadie más. Hace unos meses, un mensajero me trajo una carta. En ella me explicaba de su amor, de su dolor, de su cobardía. Me hablaba de la traición.-
   Cuando Geneviéve mencionó estas última palabra entendí el por qué la locura de L’erage me había llevado a hacer todo lo hecho. Me levanté, busqué el cisne y lo apreté entre mis manos. Le conté a todo, tal como a ustedes se los cuento ahora. Si toda esta locura tenía motivo no podía ser otro que entregarle lo que, de seguro, era para ella. El exquisito adorno con diamantes y turmalinas ahora tenía más sentido que nunca. Ella se llevó el cisne, el piano y la paz de saber que ese hombre jamás había dejado de amarla y que el amor había sido más valioso para él que nada en este mundo.
   Por lo demás, con el tiempo el banco sospechó cómo una simple enfermera pudo adquirir tan rápido el lote, la tienda, cierta independencia financiera.
  -Capitán Súlivan- Interrumpió un agente –La señorita Strella ha confirmado la historia, también el señor Miller. El abogado del banco dice que al no haber nadie que reclame los objetos encontrados, pasan a ser capital del dueño del terreno donde fueron hallados.-
 
Mi declaración había terminado. A pesar de que no le gustaba la idea de no tener nadie a quien apresar Súlivan tuvo que dejarme ir a regañadientes. Soy una mujer libre pero, sobre todo, nueva. He aprendido que el amor no tiene precio, que las turmalinas pueden cobijarse junto a los diamantes bajo las mismas alas y que la locura se contagia.

                                                                    (C) Miriam Frontalini


#Se desconocen los datos del autor de la imágen del Cisne Negro.

1 comentario:

Prof. Informatica Silvana Burgos dijo...

Muy bueno el blog seño!!! Muchos exitos con este nuevo espacio!!!