Al principio lo hice por curiosidad, supongo. Todos lo hacían y me pareció normal hacerlo yo también.
Luego le fui agarrando el gustito, me ayudaba a escapar de los problemas, con ella evitaba los gritos de mi vieja.
Cuando la usaba en el colegio no me pedían las tareas, e incluso creo que me sirvió para que mis profesores me ignoraran en los orales y para zafar de los pesados de mis compañeros.
De grande la usé con más frecuencia. Era prácticamente una necesidad y no concebía mi vida sin ella.
Me permitió engañar a mi pareja, la promiscuidad al orden del día. Salir antes del trabajo, librarme de las reuniones de padres y regalos de fechas que ya ni conocía.
No puedo ni contar las cosas que hice por ella. Uno no se da cuenta. Al principio te engañás con que sólo una basta pero esa te llevaba a otra y a otra y a otra. Se hizo una gran bola de nieve en una avalancha que se vino encima.
Alguna vez pensé que la podía manejar, que tenía todo controlado. No fue así.
Hoy me golpeó la realidad con un beso de mi hija, humedeciendo con sus lágrimas mi mejilla. La vi alejarse a la fuerza por los brazos de su madre que dio el portazo final a esta vida que llevaba.
Me quedé solo, arruiné mi familia y perdí mi trabajo. Alejé a mis amigos y nadie, absolutamente nadie se arriesgaría a darme una mano.
No puedo mirar atrás ni levantar la frente y aún así no se como sacarla de mi vida.
No entiendo cómo la elegí, cuándo se hizo parte de mi y menos aún logro ver como salir.
No puedo creerme a ni a mi mismo pero, tal vez el primer paso sería admitir:
Soy adicto… adicto a la mentira.
©Miriam Frontalini.
Me permitió engañar a mi pareja, la promiscuidad al orden del día. Salir antes del trabajo, librarme de las reuniones de padres y regalos de fechas que ya ni conocía.
No puedo ni contar las cosas que hice por ella. Uno no se da cuenta. Al principio te engañás con que sólo una basta pero esa te llevaba a otra y a otra y a otra. Se hizo una gran bola de nieve en una avalancha que se vino encima.
Alguna vez pensé que la podía manejar, que tenía todo controlado. No fue así.
Hoy me golpeó la realidad con un beso de mi hija, humedeciendo con sus lágrimas mi mejilla. La vi alejarse a la fuerza por los brazos de su madre que dio el portazo final a esta vida que llevaba.
Me quedé solo, arruiné mi familia y perdí mi trabajo. Alejé a mis amigos y nadie, absolutamente nadie se arriesgaría a darme una mano.
No puedo mirar atrás ni levantar la frente y aún así no se como sacarla de mi vida.
No entiendo cómo la elegí, cuándo se hizo parte de mi y menos aún logro ver como salir.
No puedo creerme a ni a mi mismo pero, tal vez el primer paso sería admitir:
Soy adicto… adicto a la mentira.
©Miriam Frontalini.
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