lunes, 21 de mayo de 2012

PINTÁNDOLA

Cuando la ropa llegó a sus pies, comprendí que iba a ser una tarea difícil controlarme. Su sexo al descubierto hacía temblar mi trazo. Los óleos cálidos se confundían en la paleta, pidiendo a gritos plasmar el deseo de tocar su piel erizada por el aire. Cuando dejé de mirar su imitación de Venus y me concentré en sus luces y sombras, me preocupó no hacerle justicia. El arte es individual, espontáneo, interpretativo, susceptible. Pero esa postura, ese cuerpo, me perturbaban.
Para la cuarta o quinta sesión me quedaba mirándola como tonto, moviendo el pincel sin que tuviera contacto con la tela. En sus ausencias no podía dejar de pensarla e intentaba recuperar el tiempo perdido completando el cuadro vacío. Debía mezclar los óleos, pero añadía aguarrás en vez de aceite y quemaba los pigmentos estropeando el material de trabajo. Me insultaba a mi mismo pensando en que una costilla no podía hacerme perder así la cabeza. Cuando me daba cuenta que era la excusa perfecta para volverla a ver, el enojo se transformaba en ansiedad.
“¿Qué pasó con el cuadro anterior?” preguntó hundiendo el dedo en la llaga. “Ya te dije, tuve un accidente” contesté. Y volvió a desnudarse como si no se diera cuenta que las paredes temblaban con cada milímetro al descubierto.
“Tengo frío” dijo un día. Yo lo había notado en sus pezones. El enojo de no poderle dar calor se mezcló con la pintura. La maldije entre dientes por hacerme perder un lienzo. Le tiré una tela y le pedí que se ponga contra la pared, de espaldas. Necesitaba no verla. Pero el deseo llegó tan profundo que salí de mi lugar, con la excusa de acomodar sus brazos y terminé rodando con ella por la alfombra del estudio.
Desear mujeres puede convertirse en un pasatiempo. Tenerlas, en exaltador de egos. Haber estado con ella no había llenado ningún ítem. Aunque suene raro, quedé incompleto. El pintarla se convirtió en la pantalla de una locura que iba creciendo. Comencé a necesitarla, a soñarla, a amarla.
Un día, sin avisar, entró en el atelier y me encontró enfrascado sobre el bastidor. Quiso ver el cuadro y se adelantó al caballete sin darme tiempo a nada. En el lienzo estaba, pintada al óleo, su alma al desnudo.

                                                                               Miriam Frontalini

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo vuelvo a ler y me sigue pareciendo hermoso. José Luis (Del taller de Luis Héctor)