sábado, 13 de octubre de 2012

CONJURO DE VIENTO


          Sucedió un extraño día de verano. La gente buscaba contrarrestar el calor de la siesta y ella, sin saber por qué, terminó entrando en la biblioteca.

El aire olía a libros. El interior estaba fresco y húmedo. La penumbra se intensificaba hacia las últimas estanterías y la oscuridad guió sus pasos a la sección de ejemplares antiguos. De todos, uno le despertó especial interés. Negro por fuera, sin inscripciones, sus esquinas habían sido roídas. Sus páginas amarillas parecían delicadas hojas de calcar. Estaba escrito en un idioma diferente y una cinta de raso color sangre señalaba lo que parecía un poema.

Recitó en voz alta aquellas palabras desconocidas y…

–¿Quién anda ahí? –preguntó la bibliotecaria al escuchar el golpe del libro al caer.

Malena no pudo responder. Había desaparecido.

Desde entonces, cada vez que alguien entra a la biblioteca, unos ojos invisibles espían, buscando auxilio. Muchos juran que al estar leyendo en las mesas de roble, escuchan un susurro que los llama. Son más aún los que aseguran que, al permanecer varias horas leyendo, suelen sentir una brisa escalofriante que les recorre el cuerpo. Todos notan la invisible mirada. Todos perciben una voz que parece la del viento, pero nadie escucha lo que ella pide a gritos: quiere volver, quiere romper el hechizo.

Malena comprende tristemente que nadie entiende su pedido y con cierta maldad, como queriendo vengarse por lo que le ha sucedido, juega entre los libros empolvados o pasa rápido sobre las hojas del escritorio de la bibliotecaria, volviendo todo un lío.

Cada día descubre que puede hacer algo nuevo. Y es que no es un fantasma, es más bien como haberle robado el alma al viento. Se entretiene haciendo travesuras, armando trampas invisibles, volando, surfeando letras, tramando bromas a ingenuos. A los estudiantes les da vuelta las páginas, embarullándoles la investigación. A los que leen por puro placer, se complace en acercarse despacito y, en lo mejor de la novela, les sopla la nuca o la oreja, para ver como tiritan y se reacomodan en su sitio. Con el que más disfruta es con Javier, el guardia. A él le gusta leer de noche y ella aprovecha para meterse entre las páginas y mimetizarse con cada historia.

Malena espera que alguien escoja el libro negro y la devuelva a este mundo. No sabe a ciencia cierta cuando pasará, pero nunca dejará de dar señales. Mirará el conjuro mil veces y mil veces tirará el libro a los pies de algún lector.

Mientras, aprovechará cada día de ser aire. Se apropiará de las letras y se hará carne de su tinta para vivenciar lo escrito. La asaltará la misma duda a diario y pensará que, para cuando alguien llegue, tal vez sea tarde y ya se haya acostumbrado a ser fantasía. Maldecirá entonces a todos, porque no la salvan.

Un día correrá una vez más hacia la biblioteca, tomará el mismo libro, pero esta vez memorizará el poema. Luego, en un acto de rebeldía extrema, le prenderá fuego. Desafiando la cordura recitará el conjuro y convertida en brisa, desaparecerá para siempre.

                                                                          (C) Miriam Frontalini

 

 

 

 

 

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