Sucedió un extraño día de verano. La gente buscaba contrarrestar el calor de la siesta y ella, sin saber por qué, terminó entrando en la biblioteca.
El aire olía a libros. El
interior estaba fresco y húmedo. La penumbra se intensificaba hacia las últimas
estanterías y la oscuridad guió sus pasos a la sección de ejemplares antiguos.
De todos, uno le despertó especial interés. Negro por fuera, sin inscripciones,
sus esquinas habían sido roídas. Sus páginas amarillas parecían delicadas hojas
de calcar. Estaba escrito en un idioma diferente y una cinta de raso color
sangre señalaba lo que parecía un poema.
Recitó en voz alta aquellas
palabras desconocidas y…
–¿Quién anda ahí? –preguntó
la bibliotecaria al escuchar el golpe del libro al caer.
Malena no pudo responder. Había
desaparecido.
Desde entonces, cada vez
que alguien entra a la biblioteca, unos ojos invisibles espían, buscando
auxilio. Muchos juran que al estar leyendo en las mesas de roble, escuchan un
susurro que los llama. Son más aún los que aseguran que, al permanecer varias
horas leyendo, suelen sentir una brisa escalofriante que les recorre el cuerpo.
Todos notan la invisible mirada. Todos perciben una voz que parece la del
viento, pero nadie escucha lo que ella pide a gritos: quiere volver, quiere
romper el hechizo.
Malena comprende
tristemente que nadie entiende su pedido y con cierta maldad, como queriendo
vengarse por lo que le ha sucedido, juega
entre los libros empolvados o pasa rápido sobre las hojas del escritorio de la
bibliotecaria, volviendo todo un lío.
Cada día descubre que puede
hacer algo nuevo. Y es que no es un fantasma, es más bien como haberle robado
el alma al viento. Se entretiene haciendo travesuras, armando trampas
invisibles, volando, surfeando letras, tramando bromas a ingenuos. A los
estudiantes les da vuelta las páginas, embarullándoles la investigación. A los que
leen por puro placer, se complace en acercarse despacito y, en lo mejor de la
novela, les sopla la nuca o la oreja, para ver como tiritan y se reacomodan en
su sitio. Con el que más disfruta es con Javier, el guardia. A él le gusta leer
de noche y ella aprovecha para meterse entre las páginas y mimetizarse con cada
historia.
Malena
espera que alguien escoja el libro negro y la devuelva a este mundo. No sabe a ciencia cierta cuando pasará,
pero nunca dejará de dar señales. Mirará el conjuro mil veces y mil veces
tirará el libro a los pies de algún lector.
Mientras,
aprovechará cada día de ser aire. Se apropiará de las letras y se hará carne de
su tinta para vivenciar lo escrito. La asaltará la misma duda a diario y
pensará que, para cuando alguien llegue, tal vez sea tarde y ya se haya
acostumbrado a ser fantasía. Maldecirá entonces a todos, porque no la salvan.
Un
día correrá una vez más hacia la biblioteca, tomará el mismo libro, pero esta
vez memorizará el poema. Luego, en un acto de rebeldía extrema, le prenderá
fuego. Desafiando la cordura recitará el conjuro y convertida en brisa, desaparecerá
para siempre.
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