jueves, 27 de diciembre de 2012

SIN VOS PERO CONMIGO

Despierto a la vida y el sol parece jugar a hacerle cosquillas a mis pestañas. Otro día sin vos pero conmigo.
No desayuno. ¿Para qué desayunar si no puedo ver tus labios besar el café de a poquito? Entonces me abrigo con un saco, la bufanda, la campera y otras capas de evasión. Salgo a boxear la calle. Me gusta hacer las veces de árbitro pero asumo que soy la que recibe las trompadas.
El aire en la cara emula la sensación de movimiento, que no es lo mismo que ser libre. La constante equivocación entre poder irse y libertad actúa de droga, anulando los remordimientos, negando la realidad de las esposas que nos ligan a la esclavitud heredada y elegida.
El trabajo se transforma en rutina y hace de cajita de cristal no permitiendo entrar al cambio transgresor. Da temor lo que no se conoce. Los años se van sumando en forma directamente proporcional al miedo que siento.
Pinto la merienda con mermeladas de resignación. Un par de horas más y cambio la celda. Una tiene papeles que escribo obligada, la otra pude decorarla a mi antojo. Ninguna de las dos deja de ser una jaula en donde molesta tu vacio. ¡Si estuvieras, si mi alma no te extrañara tanto!
La noche llega de sorpresa, sin sorprenderme. Las lágrimas llegan de sorpresa, sin sorprenderme. Compenso la casa fría con una sopa caliente y envuelvo con las manos el tazón, buscando el calor que mi alma perdió el día que ya no pude verte. Debería dejarte ir. ¿Cómo puede una escapar de lo que ya no la retiene? ¿Cómo puedo seguir respirando si el aire no está viciado de tu aliento?
Cierro los ojos esperando sentir tus besos y me duermo entre los brazos que ya no me abrazan. La cama tiene mucho espacio pero cada vez me siento más pequeña. El sueño recurrente dejó de visitarme para que pueda pensarte sin tabúes. Otro día llega a su fin. El mañana volverá para ver qué he decidido y despertaré a la vida, con el sol haciéndome cosquillas en las pestañas, sin vos pero conmigo.

                                                                                     © Miriam Frontalini.

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